Todavía duelen esas lágrimas de Leandro Romagnoli, apenas consumada la derrota en Catamarca. Tal vez por eso, porque sufrió tanto como los hinchas, la gente reconoció el esfuerzo del Pipi. A fin de cuentas, se trata de un emblema de San Lorenzo. Razón suficiente para transpirar esa camiseta azulgrana, más allá de que la mayor virtud de este volante de 32 años es pensar cada jugada. Anoche, el "10" fue un jugador completo. Corrió, jugó y contagió al resto. Fue uno de los puntales de un partido que no redimió el santo pecado de haber caído en la final de la Copa Argentina ante Arsenal, pero lo impulsa en el Torneo Inicial.
Romagnoli fue el eje del equipo. Recostado por la derecha, como suele jugar desde que Juan An- tonio Pizzi es el entrenador, pero liberado para organizar el juego. Se juntó mucho con Ignacio Piatti, ese socio necesario para cualquier talentoso. Se entendieron bien. No obstante, en la primera acción en la que intervino Pipi combinó con Angel Correa y Enzo Kalinski. Hubiera sido un golazo pero la sutil definición del ex Quilmes se perdió a centímetros del poste izquierdo de Nicolás Cambiasso.
Manejó los hilos de San Lorenzo y fue protagonista de la jugada que concluyó en el gol de Correa. Porque nació en los pies de Romagnoli, en la mitad de la cancha. Después, definió Angelito, justo cuando Pipi, con suma inteligencia, había buscado habilitar a Kalinski. "Olé, olé, olé, olé, Pipi, Pipi", gritó la tribuna después del 1 a 0. También lo había hecho cuando el equipo emergió del túnel. Y se besó el escudo Romagnoli, además de abrazar a ese pibe que es su pollo. La misma música endulzó sus oídos cuando dejó el campo de juego a los 12 minutos del segundo tiempo, reemplazado por Néstor Ortigoza. Entonces, alzó los brazos y juntó sus palmas. El gesto no admitió dobles lecturas: el ídolo le ofreció disculpas a la gente por la Copa que se les escapó el miércoles. Su fútbol merece esos aplausos y la aceptación masiva.
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